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ISLA DE PROVIDENCIA, SECRETO SILENCIOSO DEL CARIBE

Por Carlos Sastoque

Dejé Colombia (continental, es decir) con toda su violencia guerrillera-paramilitar y militar además de los problemas relacionados con la mafia, y me dirigí hacia, como su página web proclamaba, "el secreto mejor guardado del Caribe". (Yo ya sabía el secreto desde que estuve en las islas en semana sabática dos veces anteriores). El pequeño aeropuerto en Providencia llamado El Embrujo me trajo extrañas sensaciones de deja-vu sin contar el hecho que aún estaba hipnotizado por las finitas pero sutiles gradaciones de color que había visto en el agua desde la pequeña avioneta minutos antes de aterrizar. La zona del aeropuerto era como un desfile tropical con el vestíbulo multicolor de pasajeros asomándose sobre jardines de hibiscos rojos a su vez siendo agujereados por los pájaros banana amarillos que revoloteaban de una flor a otra en un lento movimiento ensoñador. Más allá, el mar turquesa del Parque Nacional Mc. Bean Lagoon resplandecía pacíficamente. Isla de Providencia & Santa Catalina son dos afloramientos montañosos de menos de 21 Km. cuadrados situados 640 Km. al suroeste de Jamaica y a un cuarto de la distancia en una línea imaginaria trazada a través del Caribe entre Punta Gorda, Nicaragua y Cartagena, Colombia. Y unas pocas horas después de tocar tierra allí estaba yo, sentado detrás de esta negra grande y simpática que no conocía, quien había decidido llevarme en su pequeña motocicleta para encontrarme con mi amigo Rolando a quien debía entregar algunas fotos tomadas la última vez que estuve aquí. Esta clase de amabilidad me sorprendió, ya que no es muy usual en muchos otros lugares. Claramente en los mapas dice Col. (Colombia) después del nombre de las islas. Que lejos está la realidad de los prejuicios que esta abreviatura trae a la mente de las personas.

La temporada de huracanes, de Julio a Septiembre, ha golpeado pocas veces pero su impacto ha sido fuerte. Uno de ellos llegó en 1510 cuando la expedición de Diego de Nicuenza se separó de Alonso de Ojeda (en el segundo viaje de Colón) y fue capturada en medio de una tormenta que sopló sus carabelas a una pequeña isla que Nicuenza llamó Santa Catalina, ya que era común en esos días nombrar sitios en honor del santo del día. A la otra isla de mayor tamaño a sólo 200 metros a través de un bajío le dio el nombre de Providencia en honor al Dios que lo acababa de salvar. El hermoso Puente de Los Enamorados ahora une las dos islas. Un nombre y una posición en un mapa trajeron colonizadores. A medida que las colonias españolas en el Nuevo Mundo crecían más y más, los esclavos trataron de escapar y alcanzaron las islas. Así fue por 150 años hasta cuando los bucaneros habiendo recibido el guiño Isabelino de arrasar los galeones españoles que cruzaban la región cargados con las riquezas del Nuevo Mundo, buscaron un buen lugar para establecer sus operaciones y curar sus enfermedades. Encontraron estas islas montañosas sin gobierno, sus colinas listas para ser usadas como periscopios sobre el Caribe. Quien más habría de encontrar refugio allí sino el famoso pirata galés Morgan con el también famoso Paco, el loro que se sentaba en su hombro? La leyenda dice que aquí escondió los tesoros robados en Panamá en 1671. Luego del escape de Morgan, acosado por los españoles, estos tomaron el control de las islas pero sólo de boca para afuera ya que ingleses venidos de Jamaica con sus esclavos trataron de establecer cultivos de algodón pero en cambio terminaron criando ganado. Para esta época la población era tan diversa como las embarcaciones que navegaban el Caribe. Los amantes, sin embargo, no estaban interesados en aspectos raciales y africanos, anglos, holandeses (quienes también estaban alrededor) y latinos se mezclaron, lo que a veces se evidencia en el particular aspecto de muchas personas con piel oscura y ojos claros en Providencia. Después de mucho dar y quitar entre gobiernos y varios movimientos políticos enredados que pasaron por Inglaterra, España, Guatemala colonial, Chile (el hijo del Almirante Louis Aury, un corsario, reclamó las islas para Chile), Nueva Granada (que incluía Colombia actual y Panamá) y Nicaragua, Colombia se quedaría con las islas aunque, como muchas islas hoy en día, mirando un mapa a nadie se le ocurriría que le pertenecen a este país.

Los Providencianos se sienten colombianos pero principalmente se sienten de Providencia, un orgullo demostrado abiertamente cuando comienzan tantas frases con las palabras “Nuestra isla..” hablando a los forasteros o cuando hablan un distorsionado Inglés entre ellos con acentos distintos y palabras en español entremezcladas, pero muy diferente al Spanglish hablado por los inmigrantes hispánicos en los Estados Unidos. Hasta destilan su propio ron, el Providencia Old Bushi Rum (un poco fuerte para mi tengo que confesar), usando agua de manantial que brota de las montañas. Tan amables y alegres como son hacia las demás personas ellos no quieren que su isla se convierta en otra San Andrés, una isla más grande del mismo archipiélago con comercio libre de impuestos alrededor y problemas de sobrepoblación. La residencia en la isla está controlada por la agencia gubernamental OCCRE y para los no nativos es muy difícil conseguir un permiso permanente de residente a medida en que más y más turistas que visitan Providencia desean quedarse y compartir el secreto. Como escuché casualmente a una mujer decir: “eso parece ser lo que le pasa a todos los que vienen a la isla; vienen ocho días, se enamoran de ella y entonces no se quieren ir más”.

Recuerdo una noche en Providencia como una de las más placenteras que he tenido en mi vida. Me estaba quedando en una de dos cabinas que un pescador de mediana edad llamado Van Britton tiene en Black Bay. Esa noche las olas chocaban contra la parte baja de la pared de la cabina y a través de una ventana sin vidrio podía ver miríadas de estrellas mientras lentamente caía dormido. En la mañana una brisa cálida mecía mi mosquitero en armonía con la marea entrante. Esa mañana sentí que había descubierto lo que significa paz y tranquilidad. No existen grandes hoteles en Providencia, en cambio ha habido una iniciativa para que los nativos construyan pequeñas cabinas en sincronìa con la arquitectura colorida de madera de los nativos. El programa de “Viviendas Nativas” ciertamente estableció las islas como el lugar para un turismo más deseoso de los ritmos calmados de la naturaleza pero sin desconocer totalmente las comodidades humanas o la vida nocturna para esa gracia: es un placer ir a bailar reggae en alguno de los bares al aire libre a la orilla del mar como hice una noche con algunos amigos. Llegamos un poco temprano para los estándares de Providencia así que esperamos allí conversando y tomándonos algunas cervezas, disfrutando el tibio aire nocturno. Para la medianoche la pista de baile estaba llena de gente moviéndose suavemente al ritmo de las canciones de Lucky Dube. Un Rasta de pelo largo me dijo: “Esto está bueno, ahora todos están disfrutando” ofreciéndome una gran sonrisa. Yo no podría haberlo dicho mejor. Al día siguiente hice esnórquel desde Black Bay a South West Beach pasando en frente de pequeñas playas con bahías cerúleas en cuyas profundidades se escondían pulpos, anguilas, serpientes marinas y toda clase de peces coralinos luminosos bajo el sol. Me quedé en el agua mientras algunos caballos, una de las apreciadas contribuciones extranjeras a la isla, eran alistados para una carrera en la playa distante. Era otro sábado para el derby de Providencia y niños de aproximadamente 12 años montaban caballos a pelo a lo largo de la orilla deseando un momento de gloria, los dueños de los caballos esperando grandes dividendos. Si no son caballos son veleros o dominós. “A la gente sencillamente le gusta apostar incluso si no tienen plata” una joven llamada Luz Marina Livingston me dijo. Pero más que eso aman el mar. Estas personas son pescadores, navegantes e incluso la persona más encerrada en su oficina tiene que echar un vistazo a las aguas del Caribe diariamente. Dependen del mar para la comida de muchas formas: los básicos son el pescado, el caracol, la langosta y los cangrejos negros de tierra que tienen que reproducirse en el mar, pero la mayoría de los víveres también llegan por mar dos veces a la semana (cuando tienen suerte) en buques que vienen del continente: gasolina, papa, arroz, harina, agua potable, etc. Si un buque se avería como sucedió cuando estaba yo de visita, todos tratan de salir lo menos posible. Todos coinciden en que hay dos ocasiones cuando todo el mundo se queda en sus hogares en Providencia: cuando el buque con la gasolina para los cientos de motocicletas no llega y cuando llueve. Así que de finales de Abril a Julio durante la temporada de lluvias el otro ubicuo residente de las islas sale y toma el control.

El fenómeno de miles de cangrejos que viven en las montañas siguiendo sus instintos ancestrales y descendiendo las colinas hacia la costa donde se reproducen es realmente un evento natural impresionante. Yo había venido especialmente en esta época del año para ser testigo de la marcha. Sin embargo lo que encontré fue confusión. Si alguien me decía que los cangrejos ya habían bajado este año justamente una semana antes de yo llegar, horas más tarde otra persona, con el mismo aire de ‘estoy seguro de lo que digo’ decía que aún estaban por salir. Pasaron doce días y me resigné a mirar los cangrejos comiendo materia en descomposición en las noches. Hay muchos sitios donde este mismo jolgorio reproductivo se lleva a cabo. En la Isla de Navidad en el Océano Índico 120 millones de cangrejos de una especie diferente realizan el mismo proceso y aunque tal número de individuos no ha sido reportado en Providencia, las fotos que había visto mostraban cangrejos negros cubriendo la única vía pavimentada de la isla que podía ser cerrada en esta época a la Hora Pico del Tráfico de Cangrejos. Después de una pesada tormenta nocturna me desperté temprano una mañana clara y me dirigí a la orilla del mar donde encontré arañas pequeñísimas moviéndose en los pozos de lluvia. Lo que creía eran arañas eran realmente cangrejos de tierra recién transformados dirigiéndose hacia las montañas. No había muchos pero fue maravilloso ver un ciclo de vida llegar a su final, cómo la resistencia les había funcionado a estos pequeños cangrejos después de haber sido dejados como huevos en el océano sin ningún otro cuidado maternal. Todavía tenía que presenciar el comienzo del ciclo y ocurrió una noche cuando oí rasguños en la puerta de mi habitación. Yo sabía que el robo nocturno no era uno de los problemas de Providencia así que concluí que solamente podían ser los cangrejos comenzando su migración de 200 metros hacia la costa. Los abdómenes de las hembras estaban llenos de huevos que parecían caviar Iraní listo para esparcir en una galleta. A medida que me movía entre la oleada de cangrejos ellos cerraban sus tenazas fieramente. Vi algunos entrando a la cocina del hotel, escalando paredes, cruzando la carretera leeentamente, bajando escaleras e inclusive algunos tirándose de acantilados altos para caer sin daño ninguno en la orilla rocosa. Los que lograban llegar hasta la orilla se acomodaban un poco y luego avanzaban hasta alcanzar el suave oleaje. Al primer contacto con el agua las hembras subían sus tenazas como en éxtasis y bailaban una cumbia tropical temblorosamente deshaciéndose de sus huevos.

El penúltimo día de mi visita cogí mi hamaca y decidí abordar El Pico, la montaña más alta de la isla. Nunca había estado en esa parte de la isla y, como descubriría más tarde, debería. Pasé los últimos caseríos donde unas pocas vacas desnutridas rasaban el pasto seco. Luego seguí el riachuelo que el dueño del hotel me dijo que buscara. La corriente era un hilo en esta época del año y los árboles altos vertían un tinte verdoso sobre las rocas que formaban a cada momento pequeñas cascadas donde me sentaba masajeando mi espalda con el agua. Aparentemente los árboles de mango se habían adaptado bastante bien al ambiente y algunos estaban tan rebosantes con fruta que las rocas abajo estaban estampilladas con sus explosiones. Una pequeña choza apareció cerca del final del bosque asegurándome que estaba en la dirección correcta ya que esta debía ser la cabaña de un Rasta que vive de lo que pueda cosechar de la naturaleza. Un poco más arriba el bosque se convirtió en uno de palmas bajas y vegetación achaparrada; el piso era rocoso lo cual me recordó que este archipiélago había nacido de actividad volcánica millones de años antes. En la cima la placa metálica que declaraba los 370 metros de altura de El Pico me dio la bienvenida reflejando el sol poniente. Desde su erupción de las profundidades a través de todos los años de movimientos políticos de gobiernos posesivos Providencia y Santa Catalina se las han arreglado para mantener la misma paz y tranquilidad de siempre y ese es su secreto mejor guardado.

2002 COPYRIGHT CARLOS SASTOQUE. Cualquier reproducción o copia de este artículo está prohibida sin el permiso escrito del autor.

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